El redescubrimiento del campo por parte de la nobleza veneciana, que durante siglos se había dedicado únicamente al comercio, pasó por el aprovechamiento y la explotación del agua. Villa Barbaro domina el paisaje circundante desde su posición en la ladera, construida cerca de un manantial donde se cree que había un templo o lugar de culto en la época romana. La villa fue encargada por los hermanos Marcantonio y Daniele Barbaro, miembros de una de las familias venecianas más importantes. Daniele Barbaro, aunque pertenecía al alto clero, de hecho era Patriarca de Aquilea, representaba ese típico hombre culto, aficionado a las antigüedades, que encarnaba bien el ideal humanista del siglo XVI. La propia villa, con su estructura y esquema decorativo, parece expresar un deseo de fusión o al menos de integración de los ideales humanistas y cristianos, del pasado mitológico y de la realidad cristiana, todo ello vivido con aparente gran normalidad. La villa es un gran templo del renacimiento del siglo XVI, diseñado por Andrea Palladio de forma que se enfatiza la división y la simetría a lo largo del eje vertical. Desde el cuerpo central de la villa, con el típico frontón de los templos de la antigüedad, adelantado para enfatizarlo, se extienden las alas agrícolas que terminan en torres palomeras decoradas con relojes de sol y símbolos astrológicos en los que los Barbaros tenían cierto interés y en los que quizás se exprese el deseo de Daniele de atribuir significados sagrados a la construcción. La función central del agua se ve acentuada por la creación para la fuente de un ninfeo diseñado por el propio Marcantonio, que pretendía representar la fusión de los elementos celestes y terrestres. Además de la extraordinaria obra de Palladio, en Villa Barbaro se encuentra la obra maestra del mayor artista veneciano del siglo XVI, Paolo Veronese. De hecho, las habitaciones de la villa están decoradas con un maravilloso ciclo de frescos del gran pintor de origen veronés. El tema central es la exaltación de la Armonía Universal del cosmos, regida por la Sabiduría Divina expresada en el Amor, la Paz y la Fortuna. En el techo de la gran sala central, Paolo Veronese representa el Olimpo, coronado por la Divina Sabiduría que triunfa en el centro de la composición. A pesar de la complejidad de los conceptos expresados aquí, Veronese consigue interpretar todo con su gran ligereza y armonía, creando una maravillosa obra maestra.